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Por Juan Vázquez – Business Analyst en Jeddins
El turismo slow está alineado con las principales políticas de desarrollo turístico de las Administraciones; pero no es un segmento turístico «al uso», sino un estilo de vida, por tanto para poder cumplir las expectativas de los visitantes no basta con ofrecer productos/y servicios que satisfagan sus necesidades, sino que además deben ser coherente con su forma de entender la vida.
Existe una preocupación, compartida tanto por los gestores de destinos turísticos, como por empresarios y visitantes, relacionada con la sostenibilidad del modelo. Prueba de ello es el cambio de paradigma impulsado por las Administraciones con competencias en turismo, basado en el Destino Turístico Inteligente, uno de cuyos pilares es precisamente la sostenibilidad entendida en sentido amplio, esto es, social, económica y medioambiental. No en vano, el modelo de desarrollo turístico propuesto por la Consejería de Turismo y Deporte de la Junta de Andalucía, apuesta decididamente por la sostenibilidad, con actuaciones centradas tanto en la conservación del medio ambiente, como en la eficiencia de los servicios ofertados y el aumento de la calidad de vida de la población residente.
Alienado con el desarrollo sostenible se encuentra el denominado movimiento «slow«, nacido en Italia en la década de los ’80 del siglo pasado, como respuesta al modelo de vida instaurado basado en el crecimiento económico, donde la ocupación del tiempo libre se convierte en una obsesión que lleva a los ciudadanos a consumir productos y servicios de forma compulsiva, sin tener en cuenta el valor de la experiencia.
En el marco turístico, el movimiento «slow» no debe entenderse sólo como un segmento, esto es, un conjunto productos/servicios cuyo fin es satisfacer un necesidad común, sino que va más allá.
El movimiento ‘slow’ es un estilo de vida, por tanto los productos/servicios ofertados no sólo deben satisfacer las necesidades del visitante, sino que además, deben ser coherentes con su modo de vida.
Según Melisa D. Sosa en su monografía «Tiempo libre, movimiento slow y calidad turística: Realidades, oportunidades y relaciones», el movimiento ‘slow’ es una corriente cultural que promueve calmar las actividades humanas, tomar el control del tiempo y encontrar un equilibrio entre la utilización de la tecnología orientada al ahorro de tiempo, y tomarse el tiempo necesario para disfrutar de actividades tales como dar un paseo o compartir una comida con otras personas.
Para el «turista slow», tanto el desplazamiento como la permanencia en el destino, tienen la misma importancia. Un turista «slow» no busca recorrer el máximo posible de kilómetros durante su viaje, ni quiere llevar una agenda donde la estancia esté planificada a la hora. Llevan planificados aquellos aspectos del viaje que les permitan evitar las sorpresas desagradables, pero poco más. Así, si durante el trayecto conocen algún municipio, accidente geográfico, etc., que les llame la atención, se detienen todo el tiempo que estimen necesario para conocerlo, sin preocuparse de cumplir determinados horarios. Prefieren el tren frente a otros medios de transporte, por ser el medio que comparativamente contamina menos a la hora de hacer trayectos elevados. En el caso de distancias cortas, prefieren ir caminando o en bicicleta. El objetivo no es llegar a un destino concreto, sino disfrutar del trayecto, realizando una inmersión cultural, y no hay mejor método para ello que charlar con los residentes locales de los destinos por los que discurre su ruta.
En el destino, hace uso de su tiempo libremente, dedicándose a contemplar el entorno en su totalidad, integrándose en la comunidad, investigando sobre la cultura del sitio y degustando la gastronomía propia.
No se ha de asociar al turista «slow» con un turista pasivo, entendiendo por pasivo aquel que realiza escasas actividades en el destino, sino todo lo contrario. Es un turista activo, preocupado por conocer el entorno, su cultura, a sus gentes; y para ello, de forma proactiva, se documenta previamente, participa de aquellas actividades que le permite entrar en contacto con la comunidad local, bien formen parte de la oferta del destino, o bien las emprendan ellos de mutuo proprio, como entablar conversaciones con los residentes, acudir a espectáculos y/o actividades programadas en la agenda de eventos locales, etc.
No es un turista conformista, esto es, necesita conocer todo lo relacionado con la actividad que realiza, por ejemplo, en el caso de una degustación gastronómica, no sólo se interesa por la sensaciones gustativas, sino que se interesa por la procedencia de la materia prima, cómo se elabora la receta, cuál es su origen de la misma, cómo llega la materia prima al centro de elaboración, etc.
Como se ha mencionado con anterioridad, es un turista preocupado por la sostenibilidad ambiental, por tanto, adquieren especial interés los procesos de reciclaje, eficiencia energética, protección frente a la degradación del entorno natural, etc.
Una vez esbozado, a grandes rasgos, el perfil del turista «slow», en el próximo artículo definiremos las características que ha de tener el destino para resultar atractivo a este tipo de turismo. Y tú ¿Qué opinas del turismo slow?